Con el brindis del 31 de Diciembre de 2019, antes de darnos la fiesta padre, nadie imaginó lo que nos depararía el 2020. Llegó Febrero-Marzo y la cosa se puso fea. Las noticias eran cada vez más alarmantes, la incertidumbre nos invadió, el miedo se instaló en algunos hogares, y de repente, todos estábamos encerrados en casa por un tiempo indefinido, en compañía del temor, las dudas, y otras tantas emociones.
Con el paso de las semanas muchos han ido dejando atrás no solo días, si no también seres queridos. Otros han perdido el empleo. Se han perdido vínculos, momentos, sonrisas, abrazos… Y aunque muy a regañadientes, esto nos ha enseñado el verdadero valor de determinadas cosas que dábamos por sentadas, cosas que muchas veces dejábamos pasar por falta de tiempo.
Me gustaría hacer un post con todas las preguntas y reflexiones que me han ido surgiendo a lo largo de este año, que ha sido peculiar en muchos aspectos, y dejarlas abiertas a la reflexión. A cada uno el 2020 le ha cambiado de una forma u otra, en mayor o menor grado.
Nos acercamos al brindis del 31 de diciembre del 2020, y no son pocos los que empiezan a temer la entrada del 2021. ¿Qué nos deparará el futuro? Suena un poco dramática la pregunta pero creo que lo que realmente nos genera ese temor al 2021 no se trata de el año entrante, se trata más bien de como van a ir las cosas, de cómo va a evolucionar esto, de como va a ser la vida después de todo esto. ¿Volveremos alguna vez a la vida que conocemos o es un ultimátum de cambio?
¿Recuerdan la crisis del papel higiénico? No se conseguía a no ser que atracaras el camión de reparto del supermercado. Lo mismo ocurrió con las conservas. Enloquecimos e hicimos acopio como si de un apocalipsis zombie se tratara. Aquellos que habéis visto las estanterías de los supermercados medio vacías, ¿Qué os ha suscitado? ¿ha despertado algo en vosotros? ¿os habéis planteado lo que sería ir a comprar siempre de ese modo? Seguro que a muchos os ha asaltado la típica imagen de película de fin del mundo dónde la gente se vuelve loca por un paquete de arroz. Y lamentablemente, hay países donde una escena similar en su normalidad. La carencia de alimentos, la inflación desorbitada en los precios.
Tengo varios recuerdos de ir a la compra y volverme con las manos vacías porque no disponía de 2-3 horas para esperar las colas de gente.
Esto da que pensar en la sociedad que vivimos. Una sociedad consumista y de inmediatez, donde tenemos todo al alcance de la mano, en el momento que queremos y si me apuran, por que es nuestro derecho ya que pagamos por ello. Compramos servicios, productos, e incluso el tiempo de otra gente,… don dinero.
Y el 2020 nos hizo ver que muchas veces el dinero no te da acceso a todo (a no ser que dispongas de mucho mucho mucho dinero, eso ya es otro mundo).
La frustración y la tristeza de muchas familias separadas por el confinamiento, distanciadas durante meses...y me pregunto: ¿se imaginarían estar así durante años, a veces sin ni siquiera posibilidad de las video-llamadas? Eso es lo que vive mucha de la gente que deja sus países bien por trabajo, por estudios, por una vida mejor, por supervivencia…
Y me pregunto si esto nos llevará a valorar más a quienes queremos, a ese círculo social del que “nos separaron a la fuerza”… Hicimos polvo las video-llamadas, las convertimos en parte de nuestra rutina, y que pasa ahora? ¿Seguimos haciendo uso de ella cuando por determinado motivo no podemos ver a esa persona que extrañamos? ¿Nos dimos cuenta de las facilidades que tenemos y que no aprovechamos?
Los niños dejaron de ir al colegio. En unos meses se implementaron las clases virtuales y otra vez las pantallas nos sacaban del aprieto y nos permitían seguir con las rutinas. Ya no pueden jugar igual con sus compañeros. Los parques estuvieron clausurados durante bastante tiempo, el cole se había trasladado al salón de casa,… ¿Cómo será la forma de vivir de los más peques después de esto? ¿lo convertirán en su normalidad? ¿serán ellos quienes conformen la generación del cambio?
La enorme mayoría pasan ahora mucho más tiempo con la familia ya que el teletrabajo lo está haciendo posible también, no obstante, pasaron meses sin poder ver a los abuelos, primos, amigos, …¿de qué forma influirá esto en su modo de relacionarse? ¿cambiará la forma de establecer lazos y vínculos? ¿les hará menos dependientes de la sociedad, mas autónomos? ¿ O por el contrario les hará más dependientes y temerosos?
¿Cambiarán los hábitos de ocio? ¿se reinventarán? ¿seguirán siendo iguales que lo que conocíamos?...¿y cuáles serán los hábitos de los que están creciendo con esta situación? ¿nacerá la generación creativa?
Creíamos que sería difícil para ellos entender lo que ocurría y concienciarles, pero al final fueron los más comprensivos y cumplidores.
Nuestros mayores, solos, algunos incluso más solos de lo que ya de por sí solían estar. Con miedo, encerrados con la tele que durante meses y mese no ha hecho más que emitir noticias devastadoras y alarmantes. Aquellos con la suerte de tener una familia que les visitara habitualmente ya no podían recibirles debido al elevado riesgo (y al confinamiento claro). ¿Qué habrá generado en ellos? Esa gente que ha superado hambre, pérdidas, y cientos de experiencias…. Qué valientes superando el miedo y la soledad. Otros muchos han descubierto un mundo con la tecnología. Y es que hacen cualquier cosa por mantenerse conectados, sobre todo si detrás de la pantalla hay unos nietos a los que adoran.
Y en medio, esa franja no considerada ni niños ni mayores, ese grupo de personas tan diverso y variado. Aquellos que tuvimos la “suerte” de conservar el empleo, nos mandaron a casa, y apareció la palabra: tele-trabajo. Una palabra misteriosa, que no estaba ni está regulada, que deja al trabajador a merced de las empresas y que, dándonos la oportunidad de trabajar en pijama (lo cual puede parecer muy tentador), nos ata al trabajo, a las horas extra, a la no des-conexión, a vincular el trabajo, con la familia, el ocio, el descanso, el estudio cuando lo hay…. ¿volveremos alguna vez? ¿Cuánto tiempo durará el pijama-trabajo? ¿se instaurará como método de trabajo de algunos empleos? ¿hasta que punto le conviene esto a las empresas? ¿Cómo va a afectar este estilo laboral en las personas?
Y aquellos que están al pie del cañón, el área sanitaria. ¿se han parado a pensar lo que debe suponer sobrellevar mentalmente una situación como la que estamos viviendo? Ya no solo el desgaste físico. ¿Les preparan para tantas pérdidas? ¿les forman para tanto desconocimiento? ¿les dan instrucciones de como gestionar todas esas emociones que surgen en situaciones de ésta índole? ¿Qué supondrá en la vida de ellos todas estas vivencias?
Y no puedo iniciar el cierre sin preguntarme por las consecuencias emocionales de todos aquellos que han pasado por el filo de la muerte, de aquellos que no han podido despedirse de sus seres queridos, de quienes ya viven a diario con miedo a la enfermedad, contaminación, o les resulta complicado relacionarse con los demás, de quienes han perdido sus empleos...
Ha sido un suceso que en cierto modo todos compartimos, aunque cada uno lo ha vivido, experimentado y llevado lo mejor que ha podido.
Nos hemos adaptado a situaciones impensables. Hemos sacado armas que creíamos inexistentes y las hemos puesto a funcionar con la velocidad de un lince. Hemos vencido barreras físicas con aplausos, video-llamadas, plásticos y EPIs de protección. Conseguimos llevar la educación y el empleo a al salón de casa. Fuimos capaces de llevar un “abrigo” en la cara en pleno verano, de soportarlo con gafas y sin ellas. Y tengo constancia de que no somos pocos quienes al ver una película nos irritamos al ver escenas sin mascarillas y sin distancia social. Nuestra capacidad de adaptación es muchísimo más poderosa de lo que creemos, solo hay que ponerla en funcionamiento.
Y con todo ello, me pregunto:
¿Qué vais a pedir con el brindis de fin de año?
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